martes, 22 de febrero de 2011

Arrop, The Best of Valencia

Definitivamente, Ricard Camarena y todo el equipo del Arrop (por ahí anda la mano de Josevi Jorge, ex Fudd) están pasando por su mejor momento. Mi última visita, hace apenas dos semanas, vino a confirmar el excelente estado de forma en que se encuentra porque, hijomiodemivida, no se puede comer mejor. Paso de enumerar la orgiástica lista de platos que componen el menú degustación, que se nos presentaba totalmente renovado, pero destaco (una vez más) un arroz, con pulpo, nabo y trufa de Morella, y un postre memorable, una delicada ensalada de cítricos, sencillísima en su concepción pero elaborada tan primorosamente, con tanto mimo y delicadeza, que daban ganas de cantarle una saeta.
Por cierto, la semana pasada se celebró una nueva y exitosa edición de Valencia Cuina Oberta, una buena idea que va camino de convertirse en un carro al que todos se suben, los buenos y los no tan buenos. Popularizar la buena gastronomía está muy bien, pero aristocratizar un simple bar (no hace falta aclarar que hay bares donde se come estupendamente) y elevarlo a la categoría de "haute cuisine" supone echar por tierra los esfuerzos de aquellos que echan horas de estudio y trabajo en la búsqueda de nuevas experiencias culinarias.

Alu-cisne-ante


No sé qué pega ponerle a la última película de Darren Aronofsky, que opta a cinco premios Oscar en la gala de este próximo fin de semana. Por más que llevo dándole vueltas desde que la vi, no hay nada que no me apasione de esta desatada búsqueda de una bailarina por la perfección artística aun a riesgo de perder la chaveta (y algo más) por el camino. Si acaso me sobra la insistencia del director del ballet, Thomas Leroy (Vincent Cassel), en sacar el lado oscuro, a lo Star Wars, que hay en Nina Sayers (lo dice demasiadas veces). Por lo demás, este descenso a los infiernos mentales de una artista no hace sino confirmar la querencia de Aronofsky por los personajes extremos: El luchador es un versión menos "high class" que este Cisne negro que recuerda a clásicos como Repulsión o Carrie, aunque el personaje de la madre me recordara más, salvando las distancias, a la de La pianista de Michael Haneke que a la de la peli de Brian De Palma. Punto y aparte es Natalie Portman, que borda un papel complejísimo y con el que parece explorar caminos menos "virginales" y más "turbadores" que los hasta hasta ahora recorridos en su trayectoria.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Valor de Coen


Los hermanos Coen han probado en numerosas ocasiones las mieles del éxito crítico, pero pocas veces habían conseguido un taquillazo como con Valor de ley. Lo curioso es que lo han hecho con un western de los de toda la vida y, además, adaptando a la gran pantalla una historia que ya se había hecho antes y que le proporcionó su único Oscar a John Wayne. No soy ferviente seguidor de este género -a mi padre le encantaban las del oeste- aunque una de mis pelis favoritas sea Sin perdón de Clint Eastwood. Las diez candidaturas a los premios de la Academia me animaron a ir al cine para ver cómo se desenvolvían los hermanos en este género (¿No es país para viejos pertenecía a él?). La protagonista es una niña muy echada p'alante (Hailee Steinfield) que decide contratar a un alguacil alcohólico y de gatillo fácil (Jeff Bridges) para que capture al asesino de su padre. Historias de hombre rudo acompañado por niña de personalidad precoz ha habido muchas, pero pocas cuentan con el aplomo y naturalidad con que estos dos actores encarnan a sus personajes. Más allá de la grandiosidad épica de los clásicos del western, los Coen aportan eso que algunos imaginamos debía ser el salvaje oeste americano: polvo (polvo en los dedos, en las manos, en la cara), mierdas de animales adornando los caminos, aves carroñeras devorando cadávares, enfermedades, unas judías convertidas en pasta viscosa como único alimento... Pero también una noche estrellada, inmensa como el propio universo, en la que un viejo vaquero galopa a lomos de un hermoso caballo negro intentando que la salvaje naturaleza no se cobre una nueva víctima.

martes, 1 de febrero de 2011

Los miserables vs. Mamma mia


No discutiré sobre la pureza teatral de los musicales que, desde hace poco más de una década, se han puesto tan de moda en España. Que si son franquicias, que si son espectáculos para las masas, que si hacen poco por los autores del país... son argumentos que suelen esgrimirse a la hora de criticarlos. El caso es que a mí me gustan. Pero solo los que se hacen en Madrid y Barcelona. A principios de año estuve en el teatro Nuevo Apolo de Madrid para ver Los miserables, el último gran musical que quedaba por estrenar por estos lares, tras Cabaret, El fantasma de la ópera, Spamalot, Hair, Cats, Chicago y Mamma mia!. Espectáculos de gran formato, muy caros, que -en mi opinión- quedan devaluados cuando salen de la capital. Los miserables no tiene nada que envidiarle a los montajes de Broadway o el West End en lo que a producción, ritmo (endiablado) y calidad se refiere. Ni siquiera en emoción. Las interpretaciones de sus actores y músicos son vibrantes y brillan al más alto nivel. Merecen una mención especial Gerónimo Raunch (¡qué voz!) en el papel de Jean Valjean e Ignasi Vidal como Javert, que ofrece uno de los números más brillantes en la segunda mitad de la obra. 

Hace un par de días vi en el Palacio de Congresos de Valencia Mamma mia!, basada en las canciones de ABBA. Buena parte del enorme éxito de este musical en España radicaba en Nina, que imprimía su personal sello al papel de Sophie. Pues bien. Lo que llevan a "provincias" es un espantoso y vergonzoso pastiche que no dudaría en calificar de "aceptable" si se tratase del espectáculo de una compañía amateur. 69 euros por esta... cosa es, simplemente, una ESTAFA.
Ahora, con el AVE, no hay excusas. Gástate la pasta en el tren y disfruta de un buen espectáculo casi por el mismo precio.