miércoles, 29 de noviembre de 2006

Marietta y la cleptomanía

Esta semana Marietta conoce la otra cara de una de sus mejores amigas. Espero que os guste.

Mi queridísimo Paco:

¡Qué vergüenza! Como dijo una famosa cuyo nombre no consigo recordar, no salgo de mi “apoteosis”. Ya te he hablado otras veces de mi amiga Raquel, de entre todas mis amigas la más patosa. Pues ahora es, de entre todas mis amigas, la más cleptómana.

De todos los presuntos chorizos que haber pueda en el mundo (con permiso de los de Marbella), de la última de la que hubiera sospechado habría sido de Raquel, hija única de un rico terrateniente castellano y, por tanto, una heredera rentista, oficio con beneficio que vive un nuevo florecer por esta fiebre inmobiliaria que padecemos las clases trabajadoras, ¿verdad?

Todo comenzó hace dos semanas, cuando decidí adelantar las compras de la comida para las fiestas navideñas porque, según las organizaciones de consumidores, se ahorra un montón avanzándose a la masa consumista y depredadora (y tal y como se me está poniendo el EURIBOR no está la cosa para derroches). El día anterior había hecho un hueco en el congelador para meter en él los besugos, los pavos, los corderos y los cochinillos que nos zamparemos todos en menos de un mes. Vamos a tener más animales que Noé, ¿verdad? Raquel accedió a acompañarme, pero lo hizo sólo para escaquearse de un festival de teatro infantil en el que participaba su hijo pequeño haciendo de alcornoque. De árbol, digo. Para que veas que en eso del instinto maternal hay más de mito que de realidad, porque al pobre niñito no le ha hecho nunca ni caso, ¿verdad? De hecho, al cumplir los dos años le regaló al nene un busca por si lo perdía.

De vuelta a casa, y ya en el coche, percibí un extraño y penetrante olor. «Qué raro», le dije a Raquel, «huele a pescado». «Uy», se le escapa. Y se saca de los bolsillos del abrigo sendas lubinas. «Pero, Raquel, ¿cómo ha llegado eso a tu abrigo?», le pregunto. «Pues… No sé… Se me ha olvidado que las había cogido». «Pero, ¿cómo se te va a olvidar que llevas dos peces como serruchos de grandes en los bolsillos? Ahora mismo volvemos y los pagamos». «Calla, calla. Qué vergüenza», me dice.

Y ahí se quedó el asunto.

Pero es que, el sábado pasado, fuimos a una recepción que daba el agregado cultural de la embajada de Tayikistán en España (no preguntes cómos ni porqués, ya te lo contaré otro día lo del agregado) para presentar la obra pictórica y escultórica de un cotizadísimo artista tayikistaní, Ahmineyad Uzberstitaiyanhid, un maestro en el uso del papel higiénico como material de trabajo (su serie sobre las Meninas con rollos de papel higiénico resulta sorprendente), y se llevó dos taburetes. No sé cómo lo hizo para sacar de la embajada dos taburetes sin que nadie se diese cuenta. El caso es que se los llevó. «Pero Raquel, bonita, ¿tú no te das cuenta de que tienes un problema? A ver, ¿qué necesidad tienes tú de ir robando pescados y taburetes por el mundo, con lo rica que tú eres? Todavía si fueras una Robin Hood valenciana de las que roban a los ricos para dárselo a los pobres, pero no. Tú eres una rica que roba y que, encima, se lo queda. Lo cual tiene delito. Si es que los ricos no os dais cuenta de lo que tenéis».

Avergonzada, me llevó a su casa y abrió la puerta de su desván. Era como estar en el departamento de objetos perdidos de un aeropuerto. ¡Tenía hasta un maniquí de El Corte Inglés! « ¿Cómo has podido llegar a esto?», le pregunté entre lágrimas. «Si es que no me doy cuenta. Se me van las manos solas. Tengo el síndrome de Winona Ryder, Marietta. ¡Ayúdame!». Y no sé por dónde tirar.

Aunque, por otra parte, ¿verdad?, tengo que reconocer, egoístamente, que a mí me han venido de perlas los dos taburetes de la embajada. No veas cómo lucen en mi cocina.

Afectuosamente,

Marietta de los Espíritus

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