Cuaderno de bitácora.
Miércoles, 19 de septiembre de 2007.
Llevamos tres días sin poder conectarnos a Internet. El primer día, lo llevaba bien. Bueno, ya nos apañaremos, pensaba. Soy una persona con cerebro incluido de serie, algo sabré hacer sin el maldito ordenador.
El segundo día fue peor. Me entró un breve ataque de ansiedad. Menos mal que tengo quince bolsitas de tila, aquí, en el estudio. Sólo de pensar en la cantidad de correo basura que se iba a acumular, me entró el pánico. Luego, hasta llegué a echar de menos esos correos en los que me vendían las múltiples ventajas que trae consigo un alargamiento de pene. Por no hablar de los milagros de la viagra.
Esta mañana mi cara empezó a reflejar mi angustia. “¿Te encuentras bien?”, me preguntaban por los pasillos. “Sí, sí”, contestaba yo lánguidamente. “Es sólo un mareo”. Y no era verdad. Era la viva imagen de la incomunicación, de la soledad.
Oh, madre mía. Qué será de nosotros el día que no haya luz eléctrica. O agua corriente. O petróleo. O gas.
¿Ven lo malo que es quedarse sin Internet? Ahora tengo mucho tiempo para filosofar.
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Nuestra psicóloga de guardia, Mayca Castro, nos habla hoy del síndrome de la abuela esclava.
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Como cada miércoles, recibimos una nueva carta de nuestra amiga Marietta de los Espíritus.
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