Pero siempre me ha llamado la atención esto de las recogidas de firmas. Recuerdo que una de las primeras campañas de este tipo era para salvar a las ballenas. Y no sé cuántas firmas se recogerían, pero creo que las ballenas siguen igual o peor que antes. Por eso me cuestiono la utilidad de este tipo de acciones.
También hubo una época en la que queríamos salvar los bosques. Y, bueno, parece que tampoco tuvo mucho éxito porque bosques ya nos quedan más bien pocos. Yo creo que la que más ha hecho por los árboles en este país ha sido la baronesa Thyssen, cuando se encadenó a uno de ellos.
Por no hablar de la campaña de “Nucleares no, gracias”. Porque, en fin, cada vez se construyen más. Y con todas esas firmas, ¿qué se hace luego? Yo creo que deberían fotocopiarlas y reutilizarlas para otras campañas. Porque, no nos engañemos, siempre firman los mismos.
Y hace poco se puso de moda incluso pedir dinero. O sea, después de firmar, el estafador de turno te decía: “y… hombre, si quiere usted colaborar con la causa y darnos unos durillos…”.
Así que, desde entonces, yo no firmo nada. Esto es como lo de las cartas certificadas, que cuando eres pequeño siempre te decían: ¡ni se te ocurra firmar nada cuando yo no esté en casa! Y es que, a veces, firmar una carta certificada es parecido a firmar una sentencia de muerte…
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